0

A mi manera


Contemplo un folio en blanco, algo que ahora todos vosotros podéis ver lleno de palabras y pensamientos expresados; para mí, aún no hay nada escrito, por lo que me planteo: “¿Tendré el trauma del escritor de no poder ser capaz de expresar esa idea que te ronda la mente desde hace tiempo?”. Me respondo: “No, eso es imposible. No existe tal trauma… Cuándo no te salen las palabras, quizás sea porque no tienes nada que decir…”. El caso es que yo siempre tengo algo que contar… solo que, esta noche, creo que mi musa llegará tarde…

Mientras la espero, hago acopio de mis propias habilidades para ser capaz, una vez más, de superar la frontera del conocimiento ignorante y expresar aquello que, por el momento, me es desconocido e invisible, pero que, ahora ya servido, se hará sensitivo y cognoscible a la mente de cualquiera que, gastando un poco de su tiempo, pueda leer este artículo, tal y como tú estás haciendo ahora mismo.
Me pregunto si una buena forma de salvaguardar el sentido de este escrito sería tirar de experiencias para poder contar aquello que ronda mi cabeza… pero me planteo que, aunque se presenta como una oferta tentadora, no puedo aceptar tal ofrecimiento. ¿La razón? Es simple: el ser humano es imperfecto. Bien podría contar ahora mismo mis vivencias, deseos o metas, pero esto no sería otra cosa que someterlas a la crítica más subjetiva y a la opinión más contundente de aquellos que, por la confianza otorgada, se toman el derecho (y algunos casi el deber) de hacerte expresar sus ideas al respecto. Puede parecer esto una solemne bobería, pero sorprendería pararse a pensar cuántas personas ahora mismo se hayan limitadas en su forma de ser o actual solo por “el qué dirán” o “el juicio ajeno”.

La razón vuelve a presentarse de una forma simple: sociológicamente está estudiado que el hombre solo no puede vivir. La comunidad es lo que hace al individuo social. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Pero, en cualquier comunidad a la que hoy en día pertenezcas, no solo podrá hacer de ti un ser más abierto y menos solitario, sino que también te impondrá una serie de normas (y no abarco con esto aquellas de tipo legal ni civil). Estas normas, de carácter interno o externo y de algún modo u otro (a veces casi de manera inconsciente) se comienzan a interiorizar en ti para hacerse tuyas: se adaptan a tu personalidad. Creces con esos valores, conductas y comportamientos que ahora te hacen ser quién eres, hacer lo que haces y pensar de una determinada forma… Nos convertimos, por así decirlo, en patrones cortados por tijeras ´micro-comunitarias´.

El problema radica cuando se presenta la oportunidad de salirse fuera de ese patrón, de poder recortar tú mismo la silueta que quieras para tu propia forma de ser… Es simplemente pararse a pensar: “¿Qué pasa si quiero ser yo, y no la comunidad que me rodea, quien marque mi propio sistema de valores?”. Queridos lectores, es ahí donde aparece el crucial momento de la crítica… Es ahí donde contar tus experiencias se convierte en dar explicaciones.

Por defecto, nuestra mente está preparada para prototipificar a todos cuanto nos rodean, porque, al parecer, psicológicamente, así nos es más fácil comunicarnos. La cuestión es “¿Qué ocurre cuando hacemos de esos prototipos algo inamovible para nosotros?” Una alarma con un letrero rojo parpadeante que diga ¡ERROR! debería dispararse entonces para alertar de que cualquiera es susceptible de cambios, alterable en su persona y modificable por el tiempo. La esencia del individuo no debe desaparecer, pero los hábitos pueden cambiar, de hecho, deben cambiar… Es lo que nos indica que seguimos vivos, que nuestra libertad (que no libertinaje) sigue estando intacta en nuestro ser. Debería ser algo normal. De lo contrario, somos como muñecos hechos a medida con el fin de ser embalados en las mismas cajas para ser expuestos en venta a un público ambulante.

Miro mi paquete de tabaco mientras pienso en todo esto y me planteo que el hábito no hace al monje y que no puede haber mejor sociedad que aquella que te acepta tal y como eres, con todo lo que haces (locuras inclusive) y quererte por ello, sin la menor sorpresa, crítica o apelación ante el descubrimiento de lo que se puede estar constituyendo como tu nueva forma de hacer las cosas… una forma que se ha ganado el derecho a elegir fuera del qué dirán, lejos de un entorno que puede aprisionar tu ser…

El secreto no radica en el garrafal fallo de conocerte por lo que todos opinan de ti, sino en indagar hasta dónde puedes llegar tu elasticidad mental y sensitiva para ser estirada por este largo camino con el fin de, que cuando llegues al final, puedas contar todo el recorrido que por propia voluntad decidiste realizar… porque no hay nada más pleno que elegir tu destino, señalar una dirección y dar el paso, lo cual constituye dejar de ser espectadores para ser los protagonistas. ¿Puede haber algo más emocionante?


0 comentarios: