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El oficio de escribir


Ya venía tanteando el tema antes de entrar a clase. Sabía que iba a contrarreloj, que tenía que sintetizar, llamar la atención de los alumnos y no parecer aburrida. Su mirada fue segura y sus palabras le siguieron; así, observando fijamente a un centenar de rostros expectantes, comenzó a hablar. De esta forma abordó la conferencia Mercedes López Suárez, Vicedecana de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Con la premisa: “La interacción entre Literatura y Periodismo es un tema bastante controvertido; el debate está servido”, todos se sumergieron en la historia más profunda de la Literatura y el Periodismo, donde se puso de manifiesto que es imposible definir una u otra ciencia debido a que ambas dependen de su tratamiento, enfoque y exposición. Por tanto, partiendo de la idea de que “la literatura es un término que se escurre a la hora de ser definido”, se determinó que los escritores consagrados ponían su pluma al servicio de periódicos y revistas, idea siempre presente que ha sustentado todo el coloquio.

Es curioso pensar cómo grandes novelas, que bien pudieron ser best – seller en su época, eran utilizadas como reclamo publicitario para que la gente leyera una determinada publicación o, en su defecto, se suscribieran a la misma. Y es que el primer contacto que hubo entre el mundo de las letras de la ficción y el de la información tuvo una única función: canalizar la literatura a través del periodismo. Gracias a ello, la gran mayoría de personas, que eran analfabetas, tuvieron la oportunidad de acceder a la cultura y, aunque no sabían leer ni escribir, los jóvenes más cultos les relataban diariamente las historias, lo que, tal y como señaló la Vicedecana, López Suárez: “Favoreció un alto nivel de socialización”.

Inmersas en las faldillas de los periódicos, las obras literarias se adaptaron a un espacio determinado, lo que le permitió la segmentación y capitulación del relato, que trajo consigo el uso de una técnica hoy presente en la estructura narrativa: el cierre inesperado. Con ello, no solo se buscó suscitar el interés e inquietud de los lectores, sino que la tensión fuese tan fuerte que el lector quisiere comprar la siguiente edición de la novela y, por tanto, la siguiente edición del periódico. Esta técnica fue desarrollada por Eugenio Sue, autor de “Los misterios de París”, obra adaptada al espacio del periódico que, por primera vez, generó serialidad. Estaba destinada a un auditorio amplio, tenía una escritura dinámica y economizada que prestaba gran atención a la parte sintáctica y morfológica: oraciones breves que no se perdieran en la adjetivización inútil; concisas, para no perder espacio ni la comunicación con el lector y, de gran impacto, que aludían, en este caso, a la geografía parisina y a la parte emotiva y sentimental de los lectores. Ejemplo de ello es la publicación periodística del Lazarillo de Tormes, obra fácilmente adaptable por su fragmentación y su interna voz de denuncia social y crítica.

La novela, como género, tenía que durar mucho porque de su permanencia dependían las ventas del periódico. Así lo explicaba la Vicedecana de Ciencias de la Información: “La novela es el eje principal de la historia, como un tronco común del cual se derivan historias paralelas que hace que se complique la acción, por tanto, que añadan más interés a la trama”. El problema es que, como ha pasado en algunos fracasos literarios, el lector se olvidé de lo leído o, simplemente, se aburra. Ante ello, se introduce la fórmula de “como el lector recordará…” y se introducen nuevas tramas y personajes, lo cual según López Suarez:“Garantiza la confianza del propio lector”.

Escribir es dejarse llevar sin saber a dónde, como un viajero en una aventura que descubre nuevos mundos y personajes que habitan esos extraños lugares. El escritor tiene la función de vivir una experiencia que nace del mundo de la imaginación (que a su vez tiene un trasfondo real) y de contar, de la forma más exacta e interesante, su “vivencia” a un lector interesado en conocer y vivir, a través de las palabras, un viaje que, aunque inexistente a la vista, es visible al conocimiento. Ni el propio Sue sabía a dónde le llevaba este viaje, pero, según confesaba un amigo suyo en sus memorias, disfrutaba de la aventura descubriendo, casi al tiempo del lector, qué iba a pasar. Se presentó casi de forma inevitable para la Vicedecana, aunque ya lo tuviera preparado, amenizar su discurso con uno de los escritores españoles que ha servido como autor modelo de la Literatura. Se trata de Larra, un literato decimonónico que parece dar las claves del desinterés cultural de la sociedad actual en su artículo “¿No se lee porque no se escribe o no se escribe porque no se lee?” publicado en “El pobrecito hablador”. Tal y como subrayó López Suarez: “Mediante la ironía intentó criticar que los periódicos habían perdido su funcionalidad pedagógica. Si se contrataba a redactores con estudios y cultura, había que pagarles más y, por tanto, se sostenían menos beneficios… por eso optaban por contratar a personas cuyo nivel cultural era mucho más bajo. Así, poco a poco, el periódico perdió su carácter docente” ¿Puede ser esa la razón del analfabetismo socio – cultural que existe actualmente? ¿Es la tecnología buena para la difusión de la cultura o el continente difumina la trasmisión del contenido? Aunque la profesora López Suarez no remarcó este tema con suficiente interés, se trata de algo de máxima importancia y actualidad, ya no solo por el debate entre soporte papel u online, sino por la forma de acercarnos al mundo de la ficción o de la información y las alternativas tecnológicas que nos distraen y vinculan más al ocio que a la cultura. Ahora bien, y aquí sí que la conferenciante quiso hacer hincapié, si hay un escritor que representa exactamente lo que es “observar y escribir con precisión”, definiendo casi sin querer la figura del periodista, es Ítalo Calvino, un autor cuya escritura tiene múltiples lecturas. Hace uso de su experiencia para poner de manifiesto su arte, estructuras breves, fantasía e, incluso, ilustraciones, hasta que empieza a publicar sus primeros cuentos.

Kapuscinski, opinaba que el periodista reprime el mundo de la imaginación por el de la mera información, pero que dentro de él subyace la necesidad de dar voz a ese mundo que, en la redacción actual, aparentemente, no tiene cabida. El vínculo entre literatura y periodismo se ve más fragmentado que nunca, hasta parecen dos mundos diferentes que cohesionan en el intercambio de uno por otro o cuando el uno trata sobre el otro. Sus autores han caído en los dinamismos temáticos o estilísticos. Parece que ya todo está creado y es imposible innovar desde estas disciplinas; sin embargo, no es así. La tecnología, bien usada, puede servir para reforzar la interconexión entre ambos mundos ya que, como bien concluyó López Suarez: “La trascendencia sobre un tema tiene su origen en la reflexión previa del mismo… al fin y al cabo, escribir es algo que cualquiera puede hacer, pero escribir bien es un don, una virtud que no todos dominan”. El buen lector, tanto de información como de historias que nacen de la imaginación, sabe cuando algo ha marcado su vida y le ha resultado trascendental… por algo escribir es un oficio reconocido.



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