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Cinco minutos de existencia


Vivimos en un mundo en el que creemos lo que vemos y la moda impone hacia donde mirar. Se podría decir que es un mundo que ha enterrado su fe. Pero, como de cierto es bueno que no debemos conformarnos a este siglo y que la contracorriente nos ayuda a salir de la rutina global y social, para mi entender, las cosas más hermosas del mundo están ausentes a la vista y presentes al mejor de los sentidos del hombre: el corazón. Es decir, lo invisible al ojo es lo visible al corazón. Por otro lado, nuestro sentidos humanos son captadores de las mejores sensaciones que pueden hacernos sentir especiales; por ejemplo, nadie visualizará una ráfaga de viento, sin embargo, todos podrán sentir un escalofrío en la noche. La fragancia de un perfume se escapa a nuestro ojo, pero los más cercanos apreciarán su aroma e incluso lo relacionarán mentalmente con el recuerdo más entrañable. Inclusive hay deleite para el oído cuando escuchamos a lo lejos una melodía que nos emociona y nos hace sentir algo especial. Y es que es cierto que el hombre puede ser el Ser con más capacidad de maldad sobre la tierra, pero también el que más bondad puede acoger en su corazón. Podemos sentir emociones insospechadas que nos hacen llorar y temblar de la alegría. Podemos emocionarnos con una situación ajena a nosotros e incluso, sentir la compasión, la humildad y el perdón. No hay límites para que el hombre sienta porque hemos sido creados para ello. Con toda la hermosura interior del hombre y la exterior de la tierra ¿hasta que punto se puede determinar que es casualidad que estemos aquí? La verdad, prefiero pensar que alguien que se preocupó por mí, a que mi existencia es casual y, además, deriva de un mono. El hecho de que no podamos ver a Dios no significa que no exista o que no podamos sentirlo. El mundo si puede verse a si mismo, ¿sabes cómo? Perdido, en la rutina y desorientado, pero es simplemente porque lo que no encuentra es su identidad y, por tanto, la de su creador. Cualquier persona puede abrir su corazón, cerrar sus ojos y, sin tener que enfocar sus sentimientos con palabras previamente aprendidas, decirle a Dios lo que siente. Visto así puede parecer una tontería, pero ¿por qué te avergüenza o atemoriza intentarlo? En verdad no tienes nada que perder, todo lo contrario, puedes ganar cinco minutos.

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