Efecto desglobalización
"Globalización” es un recién nacido anglicismo de los noventa que hemos aprendido a utilizar cuando queremos explicar el desastre mundial que nosotros mismos estamos creando. Recordar que hubo un tiempo en que estuvimos totalmente desconectados los unos de los otros no es ahora síntoma de alivio ante el catastrófico, o según nuestro convenio, favorable panorama que nos envuelve. Que la tecnología domine nuestros ámbitos vitales, la informática nuestro espacios coyunturales y la información, nuestro conocimiento, son algunas de las ideas más cuestionadas por este fenómeno. Pero ¿qué es la globalización? ¿Una interconexión cultural que lleva consigo las mezclas y uniones más dispares del planeta? O ¿la imposición de una forma de vida norteamericana que marca una norma vital a la sociedad? La verdad es que ambas preguntas podrían marcar la respuesta ante este gran interrogante, pero sería caer de nuevo en las redes globales de buscarle un sentido al mundo, porque en el fondo eso es la globalización: definir el mundo como algo unitario. Y es que este mundo nunca estuvo unido como tal. Desde las batallas navales hasta las guerras mundiales, pasando por las guerras civiles y las guerrillas independientes, el planeta siempre ha vivido enfrentando a las principales naciones por intereses políticos, económicos, sociales y culturales, intereses que, paradójicamente, se convirtieron en los ámbitos de la globalización. Luchar por salvar estas diferencias, que todos seamos iguales y ninguno más que otro, antes era pelear por la poder, la supremacía y el domino feudal y personal. Siempre ha sido así ¿qué ha cambiado? Pues que ahora utilizamos ésta palabra para ocultar todo ese sometimiento. Porque, razonemos: si la cultura enriquece, no hace falta matar ni hacer luchar a las naciones, si la unión favorece este enriquecimiento, no separa organismos ni los automatiza, y, finalmente, si las diferencias hace la convergencia ¿por qué intentar salvarlas? Es algo dispar y de naturaleza contraria. Pero todas esas discrepancias hacen que la sociedad ni siquiera se detenga a pensar en ello, sino que estúpidamente, se traguen los contenidos y difamaciones que cada uno lanza sobre lo qué es el mundo, alabando a sus semejantes porque no saben observarse a sí mismos y limitándose a seguir el ritmo que “el mundo” marca, sin pensar que ya está fijado de antemano pero ¿por quién? No seré yo quien lo determine, porque, permítanme que les diga, yo no soy un globalizador.
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