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El Disfraz de Piedra

Existe un mundo que cambia y varía según el visitante que entré. A veces está destruido y asolado por el paso del extraño que por primera vez lo pisa; sin embargo, en otras ocasiones, es virgen e inexplorado para quien llega con esperanza e ilusión. Para algunos es una dimensión pobre y muerta, pero para otros es una realidad rica y viva. Con esto no os descubro nada nuevo: os presento el Mundo de los Sentimientos.


Jorge Bucay escribió en una ocasión que, en un cristalino estanque, Furia y Tristeza se encontraron. Desnudas frente a frente, decidieron bañarse en compañía. La furia, cuán dama de hierro, tenía prisa y rápidamente salió del agua. Cegada por su sentir y sin capacidad para reconocer la realidad, se llevó sin mirar el primer vestido que encontró. Por su parte, la tristeza, como serena doncella que es, muy calmada disfrutó de su baño. Al salir, sin tener conciencia del paso del tiempo, se dio cuenta de que su ropa ya no estaba: la furia se la había llevado. Así, tristemente, cogió los harapos de su compañera y se marchó. Cuenta Bucay que, desde entonces, cuando Furia se muestra terriblemente enfadada y cruel, bien observada, puede apreciarse que tan sólo porta un disfraz tras el cual se esconde, ni más ni menos, que Tristeza.

Con billete de ida, y sin deseos expresos de volver, me sumergí  a descubrir quiénes habitaban en este mundo, pues cuentan que existe una piedra filosofal que abre las puertas del entendimiento a aquel que la posee. Mi objetivo era encontrarla y llevarla conmigo.

Descubrí todo tipo de seres, fácilmente reconocibles por su aspecto físico y las expresiones de sus rostros, pues se trataban de sentimientos con formas corpóreas que vagaban sin rumbo. No encontré que ninguno me trasmitiera maldad, y tras preguntar la razón de ello, un viejo sabio que había allí me dijo: “Los sentimientos no son ni buenos ni malos. Son humanos. Necesarios. Tan importantes como las luces de emergencia que nos avisan cuándo algo va bien o marcha mal”. Fue justo en ese momento cuando encontré el sentido que tenía todo aquello. El ser humano fue creado para sentir, amar y disfrutar del bien. Cuando odiamos, solo manifestamos la carencia de recibir amor. Al envidiar, expresamos nuestra inferioridad ante la admiración que sentimos por la otra persona. El interés tan solo es necesidad de ayuda y compañía. Y así, miles y miles de sentimientos que disfrazan carencias de atención, afecto, cariño o compresión. Busqué entonces esa piedra filosofar, pero el sabio se volvió hacia mí para explicármelo. Al parecer, esa roca era pequeña, del tamaño de un puño. Para algunos de piedra. Para otros de carne. Ambas coindicen en lo mismo: son capaces de latir. “Hasta la roca más fuerte siente y padece. Ningún corazón es de piedra. También es un disfraz. Solo hay que saber mirar quién se esconce detrás”. 

Sin más, todo se volvió borroso; seguidamente oscuro. Al abrir los ojos volví a encontrarme en mi realidad. Desde entonces la vocecilla de ese anciano viaja siempre conmigo invitándome a indagar quién se esconde bajo cada disfraz. Supongo que, desde que no llevo el mío, puedo oírlo. Será aquello que, los que han viajado por ese mundo, llaman “conciencia”.

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