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Invidencia de un órgano cardiocular

Dormía y mi mente alcanzaba fronteras a las que la realidad nunca podría llegar. Veía perfectamente caras de niños sonrientes que corrían a través de un prado, personas felices hablando entre sí y compartiendo risas y anécdotas, y a alguien que me daba la mano y me transmitía algo más que una sensación. Todo se sucedía a cámara lenta, como si de una película se tratase. Entendía perfectamente aquella visión, pues cuanto más despacio sucediere todo, más podría disfrutar de ello. Sin embargo, y de repente, todo se volvió nada. Apareció la oscuridad.


Un escalofrío me sobresaltó y abrí los ojos; pero nada cambió. Todo seguía negro. Era como si la Nada o el Vacío me hubieran absorbido. Sentía como mis párpados luchaban por encontrar un punto de luz, un rayo de esperanza en cualquier mínimo reflejo... pero ese momento no llegaba. Pensé que quizás estuviera inconsciente, pero sentía vivas todas las partes de mi cuerpo. Llevé directamente las manos hacia mi rostro y sentía el tacto en mi cara; sin embargo, mi visión seguía siendo nula. 

Entonces, mil dudas y miedos asaltaron mi mente y dispararon todas las alarmas. 
Algo iba mal.

Intenté pedir ayuda. 

Nadie me escuchaba. 

Sabía que el simple hecho de ponerse en pie supondría un reto. No sabía si estaba preparado. La desesperación se apoderaba de mí y cada grito de socorro parecía llegar a un abismo de silencio y oscuridad. Todo eran preguntas, cuestiones en el aire que ni siquiera podía vislumbrar claras. Confusión y caos se adueñaron de mí. Era como si de repente mis ojos hubieran desaparecido de mi cara. No los sentía parte de mi persona. 

Definitivamente lo comprendí...

... estaba ciego ...

Para pocas cosas estaba capacitado en ese momento, pero por muchos sentidos que perdiese, mi razón y conocimiento seguían intactos. Tiré de experiencia y busqué en el recuerdo hasta dar con una pizca de positivismo. Era como sentir bajo los pies una fresca y suave capa de verde hierba proveniente de la misma Utopía. Mientras estaba aún en la cama, me di cuenta de que, si es cierta la premisa que impone la inexistencia de la casualidad, también sería cierto que todo pasaría por alguna razón. Y en ese momento mis opciones eran muy limitadas... tanto que se reducían a dos: buscar un por qué o enfrentar el hecho. Si la vida en sí es un juego bajo la mirada atenta de un reloj de arena que marca la cuenta atrás, no podía desperdiciar ese tiempo en pretender entender todas las reglas para jugar, pues así pronto se acabaría la partida y no habría tenido tiempo apenas ni de empezarla. Asumí que poco podría llegar a comprender  y preferí dejarme llevar para encontrar un sentido a aquello que, en un principio, nunca lo tuvo. 

Frente a todos estos pensamientos que, aunque reflexivos parecieran, se sucedieron en cuestión de segundos, decidí no mostrar a nadie mi incapacidad visual y hacer de mi día algo normal. Como un sonámbulo que no ve pero que, sin más, camina en mitad de la noche por los pasillos de su casa, pronto visualizaba mentalmente todos los recorridos para llegar a cualquier estancia. Superé la primera frontera y gané una batalla al miedo. Tirar de positivismo había sido una genial idea, pues pronto encontré que, en mitad de mi gran problema y desconocimiento, ya me sentía algo más aliviado y realizado.

No sé si es porque no puedo ver, pero me da la sensación de que el tiempo ha volado. La tarde pasó veloz y la llegada de la noche me pilló por sorpresa. Casi sin darme cuenta, llevo un día entero siendo invidente. Han pasado muchos de mis amigos por casa, y aunque pareciera increíble, nadie se ha percatado de que mi mirada ya no emite un brillo especial de vida. Obviamente, he intentado moverme lo mínimo posible, y solo me he limitado a hablar y escuchar. A pesar de ello, y paradójicamente, en mis largas horas de conversación, notaba como el sentimiento de las palabras que salían por sus bocas no casaban en los significados que, supuestamente, conllevaban. Podía ver cómo ellos decían una cosa pero estaban sintiendo otra totalmente distinta. 

Algunos hablaban de alegres acontecimientos mostrando, en verdad, una gran tristeza...

... Otros, de grandes metas a alcanzar dejando ver tras sí un miedo atroz...

No eran sinceros en sus discursos, mas mi oído había adquirido el divino don de detectar la verdad cómo si de un aroma espectral se tratase. Mientras cada una de las palabras que pronunciaban llegaban a mí, no las visualizaba en mi mente imprimiéndoles una imagen icónica... 

... era diferente... 

... era cómo si tuviera que descifrar un acertijo escondido en ellos a base de reconocer sentimientos...

Como había dicho, la noche calló rauda. Lo sabía porque podía sentir cómo había refrescado notablemente. Mi olfato lograba alcanzar el olor a cena recién preparada de mis vecinos. Volvía a encontrarme sólo, pero ya no sentía desamparo ni miedo. Me daba cuenta, con verdadero fervor, de que me encontraba ante dos mundos que realmente desconocía: el mío propio, junto con todos los que de él forman parte e, intrínsecamente, uno que no es visible pero sí perceptible por sentidos no creados vitalmente en y para el hombre... 

... es justo donde domina el motor de un impulso, un deseo o una sensación...

... era el Mundo de los Sentimientos...

Volví a la cama donde comenzó todo este "sueño". Cerré los ojos para dormir y me dio la sensación de que aún los tenía abiertos, pues mi visión no había cambiado ni un milímetro. La oscuridad que parece rodearme no variaba en su contraste, brillo o iluminación. Seguía tan negra como la noche, como la parte oscura del mundo sumergida en el ciego universo cuando éste no recibe la luz del Sol. De una forma u otra, las tinieblas siempre nos encuentran... La cuestión es cómo escapar de ellas...

Intenté dormir, pero ese reto era mayor que el de reconocer la localización de cada parte de mi casa. Me concentré en lo último que vi antes de quedarme ciego: niños sonrientes corriendo por un prado a cámara lenta, personas felices hablando entre sí y compartiendo risas y anécdotas, y a alguien que me daba la mano y me transmitía algo más que una sensación. 

Sí.

Ahora, no sólo lo veía... ¡¡¡Podía sentirlo!!!

Podía oír sus risas mezcladas con un claro y perfecto cantar de pájaros...

... podía sentir una leve brisa que se limitaba a acariciar el cuello y los hombros de todos los presentes, como si de algo mágico se tratase...

... podía oler una esencia que antes no percibía. Era un aroma familiar, algo que trasladaba a mi subconsciente a un pasado de infante donde el Mundo, y todo lo que habitaba en él, vivo o inerte, representaba una selva que conocer, descubrir y conquistar. Era como ser un enano en una tierra de gigantes y luchar por encontrar un lugar desde donde crecer...

Entonces me di cuenta de todo...

... de repente todo encajaba y las explicaciones llegaban una a una de manera calmada y consecutiva. 

No llevaba ciego solamente un día... en realidad...

¡¡¡Llevaba ciego todos los días de mi vida!!! 

Sin lugar a dudas, podría decir con firmeza, que hoy ha sido el primer día que he podido ver de forma concisa y clara cómo es el mundo de mi alrededor... pero no sólo verlo, he podido conocerlo y conquistarlo. Siempre pensé que se veía con los ojos... pero de nuevo erraba en mi desconocimiento. 

Hoy no he estado ciego, sólo he negado la visión de mis ojos al Mundo para abrir la mirada de mi corazón. He dejado que fuera él quien redescubriera lo que se encontraba a mi alrededor y supiera llegar más allá de una imagen. Así he aprendido que, cuando el único recurso que te queda en la vida eres tú mismo, el camino no se ve lleno de fronteras... ¡Al contrario! Se allana y se hace más fácil de caminar, pues te lleva por senderos que te invitan a conocer que, donde no llegan tus ojos, llega tu corazón. Al fin y al cabo, lo importante no es lo que veas en el Mundo, sino cómo lo percibas... 

... es decir, con qué ojos lo miras ...

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