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"Mágica noche Real". Carta a los Reyes Magos.

El viento frío arrancaba hojas de esqueletos plantados que por frondosos árboles se tenían en primavera. Las hacía volar y planear, las arrastraba de puerta en puerta y, casi sin compasión, las envolvía en sus frías garras hasta hacerse un remolino digno con ellas. Yo, cuán dichoso espectador, y siendo un niño aún, no podía dejar de observar y deleitarme ante tal congelado panorama que, para muchos se teñía de gris oscuro, pero que para mí se convertía en una invernal estampa en blanco y negro que hacía resaltar las luces de Navidad, los adornos o el simple calor del hogar.


Una luna sucedía a otra y los días y las noches se continuaban dejando al tiempo hacer su arduo trabajo de no mirar atrás. La bondad y el amor parecía inundar el corazón de todos... Niños, jóvenes, adultos, ancianos... ¡Qué importaba la edad si todos disfrutamos, reímos y cantamos ante un buen villancico, las cenas navideñas o las doce uvas! Como si de mágicos polvos de hadas se tratase, en el ambiente siempre flotaba un espíritu especial que unificaba en un mismo lugar armonía, paz y unión.

Cuando Calderón de la Barca dijo aquello de "los sueños, sueños son" no era consciente del error que estaba cometiendo... ¿Es que el escritor, poeta y dramaturgo barroco fue tantas cosas que se olvidó de ser niño? Sí, son ellos, los pequeños de la casa los que, al margen de conflictos (pues están lejos de la maldad), son capaces de soñar y además, de una forma diferente a cómo lo hacen los adultos... los pequeños no necesitan estar durmiendo para soñar o, simplemente, vivir un sueño.

Mi sueño cobraba vida cada 5 de Enero. Ese día era realmente especial... ese día podía convertirme en un príncipe y ser atendido en audiencia privada por sus Reales Majestades, tres hombres que desde muy lejos venían a escuchar mis deseos y los de todos los niños que conmigo estaban. Ese día, cualquier hombre podía ser un verdadero Rey o un cartero real o un paje... Daba igual qué función tuviere, porque en esa mágica realeza no existía el protocolo, y la generosidad se demostraba en forma de regalo. Las calles se convertían en un paseo incesante de personajes de cuentos y programas infantiles, bailarinas, músicos y carrozas gigantes que celebraban la llegada de los Reyes a la ciudad. Con una lluvia de caramelos agradecían Sus Majestades la visita del pueblo que con fervor los recibían y acompañaban durante todo el trayecto. Al finalizar, y tras llegar a casa, un pastel con forma de rosco (y sorpresas en su interior) aguardaba la única oportunidad del año de ser coronado Rey antes de medianoche... eso si así era designio... de lo contrario, la condena del tributo real caería sobre cualquiera que disfrutase de tan sabroso manjar. Aún así, daba igual qué ocurriese porque todos sabíamos que al final de la noche esos tres hombres venidos de Oriente visitarían cada humilde morada trayendo magia e ilusión... Y como de bien nacido es ser agradecido, a cambio de sus regalos, un vaso de leche caliente y unas pastas les esperarían sobre la mesa para darles fuerzas y energías en su largo y duro viaje.


Por mi parte, y antes de caer en los dulces y divinos brazos de Morfeo, bien arropado y desde mi ventana, colocaba un zapato fuera... por si acaso se acordaban de que solía ahorrar... Entonces, y poco a poco, mis párpados comenzaban a pesar cada vez más... todo se volvía borroso. Una lucha interna se desataba por permanecer despierto y ser espía y testigo de la visita de los Magos que, al fin y al cabo, solo venían una vez al año. Pero el miedo al ser pillado y quedarse sin regalo era mayor, por lo que haciendo aplomo de paciencia y reteniendo los nervios del momento, me dejaba envolver y liar en el sueño del Dios griego.

La mañana llegaba, y ante las voces de los niños cantando por el televisor números que hacían soñar a los mayores, abría los regalos que, exclusivamente, sobre mi cama habían sido dejados por Sus Majestades. No era el regalo lo que cubría toda mi alegría y entusiasmo, sino el saber que habían venido mientras dormía y se habían acordado de echar algo en el zapato de la ventana, beberse su leche caliente y comer sus pastas. Además, tan contentos debían de irse que, agradecidos, me dejaban una cesta de chucherías bajo el árbol... 

Puede que toda esta magia se encuentre en el hermoso ambiente navideño o en la imagen de tres hombres que recorren el Mundo para visitar a todos los niños y darles un regalo... puede que simplemente esté en el corazón del niño que, impaciente, espera la llegada de los Magos de Oriente y lo prepara todo. Muchos pueden encontrarla y otros ya haberla olvidado... por eso hoy, en esta noche, escribo esta carta para pedir a esos Reyes que tanto me hicieron ilusionar y soñar, que realmente convierta al niño en Príncipe y al hombre en Rey y que la impaciencia de la espera que tanto desespera inunde los corazones de todos atrayendo a la magia de una de las noches más frías y hermosas de todos los años: la noche de los Reyes Magos. 




Destinatario: Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente 


Remitente:  Emilio Prieto Hurtado.



2 comentarios:

  1. Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!

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    1. Estimado David,

      muchas gracias por tus palabras. Eres totalmente bienvenido en este blog.

      Espero que disfrutes de todas sus entradas y de las que aún esperan a ser escritas.

      Saludos,

      "El Juglar".

      :)

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