0

Cambios socio - darwinistas

Es curioso ver como la vida está compuesta por etapas que marcan y apuntan hacia unas pautas rutinarias que seguir; sin embargo, a menudo, se producen cambios menguantes que declinan y renuevan a un estadio posterior. Son en esos momentos cuando caemos en una especie de letargo y contemplamos de frente el espantoso rostro del hado Cronos que, deteniéndose a nuestro lado, nos mira desafiante intentando retarnos con desdicha, como si quisiera burlarse banalmente del descanso que los más estresados anhelan vivir. Entonces, con miedo de seguir contemplando ese inexpresivo semblante, miramos a nuestro alrededor y descubrimos que nuestro breve estacionamiento en la calzada no detiene el rumbo de los demás… todos siguen con sus vidas, con sus etapas y sus rutinas… que la nuestra se haya roto, no llama la atención de nadie… solo indica que es momento de buscar nuevos cimientos para reconstruir nuestro futuro.
Es la práctica constante y subconsciente de un hábito la que marca nuestros pasos por ese sendero rutinario que hace que busquemos la mejor posición para acomodarnos en él; salir de la rutina impone temor y respeto, dos valores tan señalados y remarcados que dibujan los trazos rectos del plano de nuestro porvenir. De esa manera, buscamos hacer de lo diario el confort al que, de alguna manera, estamos atados por obligación, pero que, para poder sobrevivir y hacernos más fuerte que su atadura, lo barnizamos y le damos un mejor diseño, tomando la vil conciencia de que es nuestra mejor creación, una obra de arte. La paradoja comienza cuando la aparente perdurable etapa a la que estábamos sometidos acaba y comenzamos a sentir ese pequeño pinchazo en nuestro interior; es como si esa creación comenzara a asfixiarnos, como si el alma se retorciera en nuestro interior y necesitásemos finiquitar su estancia; entonces, el hábito se difumina en su trazo y casi desaparece ante un nuevo fondo que exige nuevos contrastes. Así, buscamos los mejores tonos y matices, disfrazamos la necesidad de vínculo vital con acentos melodiosos de búsqueda, de cambio, eso sí, a un ritmo marcado, está vez, por nosotros mismos… ¿o no? Porque, sin duda, al final es la sociedad la responsable de empujarnos violentamente hacia la búsqueda de un descanso que, cuando encontramos, se convierte en algo tortuorio que exige un nuevo comienzo, un renacer que remarque nuestra identidad. Es una solitaria exploración que debemos hacer de la mano de la esperanza, el sentimiento más insolvente para un cínico y el más recurrido por un escritor.
Conseguir recuperarse, retomar las riendas y ser amos y dueños de nuestro devenir; esto es, tener el control (algo que siempre ha apasionado al ser humano) y poder utilizarlo para llegar a donde pretendemos, es hacer de nuestro cambio, un éxito, algo que será admirado por los demás, elogiado por todos y envidiado por nuestros enemigos. Lo contrario a esto, supondría un fracaso desmoralizador que perturbaría nuestro “modus vivendi” a corto o largo plazo, dependiendo de las proporciones que hayamos intentado dibujar. Su recuperación o rumbo tomado a partir de ello supondrá el nuevo camino que nos conducirá o retomará a un nuevo o ya vivido estilo de vida que, de seguro, nos infundirá la rutina necesaria para sobrevivir. De esta forma, el darwinismo social se convierte en la única ley sostenible por si misma y que establece que entre la selva de saberes y hábitos sociales, políticos y económicos, predominantemente, dominará y sobrevivirá solo el más fuerte. Quizás sea este el mayor fundamento para dar un nuevo paso hacia un futuro desconocido cuya construcción aún esta en nuestras manos, o al menos, eso pensamos.

0 comentarios: