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La anciana y experta criatura literaria

Contar historias ha sido el arte más antiguo en la vida del hombre. La figura del narrador nació sin ser creada y creció sin ser construida. Sin embargo, el ser humano posee una fuente interna que le permite tomar las riendas literarias del cuento o la leyenda: su experiencia. La narración no es más que una forma de intercambiar esas experiencias con una sola finalidad: lo práctico, aquello que llamamos “moraleja”, es decir, se narra para aprender y aprendiendo se nutre la experiencia, estableciendo así una unión vincular con la memoria. Un ejemplo de ello lo podemos ver en la II Guerra Mundial. Tras el exterminio nazi no quedaron imágenes que testimoniaran lo que había pasado; de ello se encargó directamente el estado Alemán. Los soldados regresaron enmudecidos tras la guerra y su trauma era tal que los supervivientes tenían que luchar contra ello si querían narrar lo que habían vivido. De ahí nace una fuerte opinión de masas que del acontecimiento bélico se derivó y a partir de entonces los alemanes se dieron cuenta que la experiencia podía tener varios significados. El primero, lo que ellos denominaron “Erfahrung”, es decir, la experiencia que tiene que ver con la sabiduría adquirida y que es de carácter acumulativo. La segunda y última acepción es “Erlebnis”, es la experiencia que tiene que ver con las situaciones más puntuales, más intensas, como la que los propios soldados vivieron en la guerra. Sin embargo, la figura del narrador puede nutrirse de ellas de dos formas diferentes: en el tiempo y en el espacio. Esta idea puede crear una doble figura narrativa: la del antiguo marinero, aquel que viajaba por el mundo escuchando y narrando las mejores historias (espacio), y la del campesino, aquel que, de manera sedentaria, permanece en sus tierras y escucha las historias que provienen de fuera (tiempo). De esta forma, y de manera oral, las historias eran transmitidas de unos a otros. Dependían directamente de la memoria, lo que provocaba la variación de ciertos detalles narrativos. Sin embargo, la aparición de la escritura fija la historia, la hace inamovible e invariable. El paso de lo oral a lo escrito culmina con la aparición de la novela, una experiencia que ya no se comparte rodeado de otros sino que nace de la soledad del autor y llega al lector mediante un mensaje privativo. Podríamos decir que la escritura individualizó violentamente a la narración oral. Sin embargo, y a pesar de su evolución, la literatura ha sido la antigua llave que siempre se ha usado para abrir las puertas de un mundo cambiante, nuevo y totalmente desconocido; una criatura ya anciana por su existencia pero que renace en nosotros con su práctica y nos aporta su experiencia.

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