Los tres espírtus de la humanidad

El preludio de la medianoche asaltó las paredes de mi alcoba y me hizo reflexionar sobre mi breve, pero significativa, estancia aquí. Incomodado por la situación, un extraño ser quiso mostrarme que, desde la creación del ser humano, hecho de origen muy discutido, dos preguntas han dominado todos los ámbitos del saber y la ciencia, dos preguntas a las que aún nadie ha podido dar una respuesta definitiva: de dónde venimos y hacía dónde vamos. Me mostró como el tiempo ha borrado muchas de las huellas que nuestros antepasados, casi de manera consciente, dejaron como aviso urgente al hombre del mañana, un hombre que ha perdido totalmente la noción del tiempo histórico. Y es que, a pesar de que todo lo intangible al ser humano es invisible a la vista y efímero a su trato, el tiempo ha caído sobre la humanidad a modo de diluvio imparable dejando tras si tres hijos que, haciendo apología de Dickens, podríamos ver reflejados en los tres espíritus que más tarde vinieron a visitarme: el pasado, el presente y el futuro. El primero en llegar fue el ánima más joven que, movido por una sinuosa puntualidad, hizo su acto de presencia al resonar la decimosegunda campanada de mi viejo reloj. Triste y desvalido, pude preguntarle qué le hacía yacer en la más profunda melancolía. Su respuesta, más que oída, pude verla. Me mostró un simple reflejo del ser humano en el pasado, una sombra que había desaparecido o había sido borrada por el propio hombre. Pude ver cómo el ser humano, sin apenar tener medios, ayudaba a los demás poniendo su vida en riesgo; cómo su mayor enemigo era la naturaleza, ese dios invisible y desconocido que mostraba su alegría o coraje mediante cambios meteorológicos. Así pude darme cuenta que no era tristeza sino añoranza lo que el espíritu sentía al contemplar junto a mí a esos hombres que, con su cultura, marcaron el curso de la historia, un curso que posteriormente sería dirigido por los poderosos, aquellos que dejaron de obedecer al dios del tiempo para acatar las órdenes de un nuevo dios: el dinero. Una pequeña gota se deslizó por su oronda y brillante mejilla y cayó al suelo con el sonido de la campana de mi reloj, resonar que me recordaba que mi viaje al pasado había terminado y tenía que coger un nuevo tren, esta vez al presente. Un nuevo espíritu apareció entonces. Su aspecto era bastante demacrado y, junto a él, le acompañaban dos niños: ignorancia y pobreza, dos criaturas de mirada demoníaca que se agarraban con fuerza a este ser. Su viaje me enseñó que el hombre actual solo cree en lo medible y lo tangible y que ha olvidado un conocimiento ignoto pero real, plausible aunque etéreo. Vi como el ser humano forjaba una cadena invisible a la vista que sería cargada en un futuro posterior con un profundo pesar y arrepentimiento. El espíritu se encogió y gritó expresando el mismo dolor que hoy mismo sufre el mundo. Entonces, todo se oscureció. Un único rayo de luz iluminaba la habitación ¿Sería la esperanza que le queda al hombre? Miré hacia atrás pensando que aún faltaba la visita del último espíritu y me di cuenta de que a mis espaldas, una sombra que no era la mía, aguardaba con silencio el fin de mi viaje. De repente me encontré ante una lápida y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tuve miedo al pensar que posiblemente fuera la mía, pero la terrorífica sombra me insistía a leer epitafio: “Aquí yace el planeta tierra, un mundo lleno de razones y sentimientos que no supo esclarecer el propósito de su creación”.
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