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El ilustrador de sueños

El primer rayo de sol, ese que despunta el día justo en el alba, no tardó en llegar a su ventana para iluminarle el rostro. Parecía impaciente por arrastrarlo de un mundo de ensueño a la realidad y así poder despertarlo con tan solo posarse sobre su mirada. El efecto fue inmediato: una ola de frescor mañanero mezclado con una templada gota de luz solar fue más que suficiente para espabilarlo. Miguel Ángel abrió los ojos. El día había llegado.


Su nombre recordaba al del gran artista renacentista Michelangelo Buonarroti. Sin embargo, fue mera casualidad que ambos coincidiesen en la posesión de un mismo don: la creación. El joven, de aspecto moreno, delgado y de considerable altura, sabía que tenía el poder de robarle a la Nada una idea y plasmarla sobre un pálido folio que pronto se llenaría de ilusorios colores y estimulantes detalles. Sabía dar vida a los personajes que creaba sobre papel, inducir sensaciones en aquellos que veían sus grandes edificios dibujados o, simplemente, hacer soñar a grandes y pequeños con ideas tan sencillas como un dragón sentado en un sofá viendo la tele. No necesitaba nada más que simples materiales, pasión por su trabajo y una gran dosis de ilusión. Así, poco a poco, su nombre se dio a conocer en la ciudad y todos querían algunas de las ilustraciones que este humilde joven extraía de su corazón.

Su fama no tardó en llegar a oídos de un experimentado periodista y renombrado escritor. Sus obras habían cautivado a muchos, pero él se afanaba en llegar más allá y conmocionar al mundo entero. Fue por esta razón por la que al conocer el nombre del chico se puso rápidamente en contacto con él para que le ayudase en la creación de su próxima obra. El trabajo que le encargó era ambicioso, extremadanamente creativo y altamente laborioso. No se trataba de hacer 50 ilustraciones de niños en un mes y medio o dibujar sentimientos bajo personificaciones humanas, como ya en otras ocasiones logró hacer Miguel Ángel. Esta vez, recibió un encargo que él mismo dudó de poder realizar: crear tan solo una ilustración en la que plasmase el Sentido de la Vida. Dibujar tal cosa sobresaltó al joven y lo llenó de preocupación. Temió decepcionar con su trabajo y le atemorizó enormemente la idea de no ser capaz de hacerlo.

Días, semanas y meses pasaron y el ilustrador ya había probado mil trazos con diferentes profundidades y una gran gama de colores que le llevó a sombríos callejones sin salida. Altas montañas de papel enterraban las papeleras que, a menudo, estaban siempre vacías. La frustración se adueñó del chico y cayó en el peor cautiverio que puede sufrir un creador: el bloqueo.

Justo un día antes de que se cumpliera la fecha de vencimiento para la entrega, Miguel Ángel envío el sobre con la ilustración. Tras abrirlo, y durante unos minutos que más tarde se convirtieron en horas, el escritor observó detenidamente el trabajo de su amigo. Así, y durante el resto de sus días, pasó grandes ratos a solas observando  el interior de un bonito marco de madera en donde había un sencillo folio en blanco con una nota en la que tan solo había escrito: “Las grandes cosas son a veces las más sencillas. Gracias por recordarme el sentido de la vida”.

1 comentario:

  1. yo ya lo había leido en primicia, jejejeje. Es muyyy bonito!!!

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