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El precio moral de una foto


Que una imagen vale más que mil palabras es una realidad que reivindica el mundo de la fotografía. A su llega, las primeras imágenes supusieron a la prensa un fuerte impacto y modernidad que desembocaba en una reflexión más sólida y relajada que el propio texto informativo. Ahora, la captura fotográfica en el momento del conflicto y la acción es una de las especializaciones más complicadas y que a menos enviados especiales atrae. La responsabilidad del profesional es muy importante: ser capaz de captar la porción justa de la realidad para informar, impactar y, si saca nota, emocionar. Siempre, todo ello, bajo un mismo criterio: la verdad sin retoques fotográficos. Ahora, es internet quien se apodera de todo tipo de imágenes y, aparentemente, cualquiera puede ser quien las capture, las suba a la red y las haga globales. Sin embargo, ser foto – periodista es el sello empresarial propio del profesional polivalente que sabe dominar una técnica sin que esta la domine. Y si además, el mundo de la fotografía es amado por su creador… ¿puede haber un triunfo más grande que ese, hacer de tu trabajo un oficio y de este, un hobbie? Como todo lo que gusta, comienza tan solo siendo vocación, y esta, a su vez, comienza creyendo en un mismo, porque si no tenemos clara la imagen interna, nunca podremos tener una buena percepción de la externa.
Las publicaciones fotográficas aumentan con el conocimiento exhaustivo que se va teniendo cada vez más de la materia. De esta forma conocemos la revista ´Arte Fotográfico´, una publicación que pronto cumplirá sus primeros 60 años.Su director, Antonio Cabello, la define como “un libro de temáticas variadas cuya única necesidad es hacer un foto – periodismo de acción donde no exista la manipulación”. Él mismo expuso el ejemplo de dos fotógrafos de la revista que fueron secuestrados, sufrieron atentados y han sufrido importantes pérdidas, un riesgo importante e impagable en cualquier contrato; sin embargo, es más su pasión por el mundo de la foto y su vocación es tan inmediata como un flash y tan verdadera como los rasgos presentes o pasados que de un negativo pueden extraer. ¿Su finalidad? Informar. Por eso, a pesar de todo, siguen trabajando. Porque, como finalizó Cabello: “Las crónicas pueden escribirse desde la habitación de un hotel… y si, tiene su técnica y necesita su tiempo… pero para hacer la foto hay que enfrentarse con el mundo exterior, ir al lugar de los hechos, aunque nuestra vida corra peligro… es dar tu vida por tu vocación, por tu trabajo… ¿Puede haber algo más entregado que eso?”.
Es Daniel Cabello, sin embargo el que continúa la línea argumental del director de la publicación afirmando: “No son, por suerte, los disparos de las armas de fuego los que suelen despertarnos cada mañana… son las imágenes impactantes que solo quieren informar al mundo. Nada más”. De esta manera, y como no hay nada mejor que la propia imagen, historias como las del caso de Kevin Carter y “el águila y el niño” o el 7 – J, pasaron frente a nuestros ojos… Sin embargo, es Cabello quien hace hincapié en un par de cuestiones: ¿Hubo censura fotográfica en las imágenes del atentado contra las Torres Gemelas? Pensemos que nunca hemos visto una imagen en la que aparezca una sola gota de sangre… y, de ser así, ¿Cómo puede ser tan grande el control del Gobierno estadounidense como para censurar imágenes a todo el planeta tierra? Interesante es, sin duda, hasta dónde llega el control. Siguiendo esta idea, es fácil contraponer en este caso una cultura a otra. Si nos extrapolamos a los atentados del 11 – M, vemos un ejemplo totalmente contradictorio al inicialmente presentado… ¿Cómo puede ser que casi todo lo que se vez de una bomba en un tren sea sangre y que si dos aviones chocan contra dos torres gigantes, no se va luego nada? Es que solo nos viene a la mente una palabra: ´censura´. Es en la estación de Atocha dónde Pablo Torres, uno de los viajeros del tren cuyo vagón no sufrió daños, quien tomó una de las imágenes más famosas y publicadas por todos los diarios y periódicos, salvo que en algunas publicaciones se mantenía un trozo de miembro apuntado y en otras, como le Times o la revista Hola sin ir más lejos, simplemente, se eliminaba el detalle… Ante ello, Cabello cuestiona si debe ser el lector quién decidiese qué quiere ver o es el medio quien decide qué quiere enseñar. Una cuestión que, a menudo, lleva a enfrentamientos a fotógrafos y editores y que acaba sumiéndose en un debate entre enseñar muertos o escenas de dolor o una foto artística que evite esto primero. Citando a Hans Jonas, afirma: “Es el autocontrol del profesional la forma ideal para evitar posibles disfunciones en la ética”.
Esta cuestión es cerrada por Agustín Catalá, fotógrafo del Periódico de Cataluña. Afirmando previamente que no se sentía fotógrafo sino reportero de guerra, añade a las palabras de Cabello: “la foto siempre hay que tomarla. En un momento de crisis, confusión y caos no puedes pensar en la ética. El negativo de tu cámara o una simple tarjeta de memoria tiene que reflejar esa realidad. Es en la redacción dónde se discute si publicarla o no y siempre hay que hacerlo con la cabeza fría”. De esta forma, Catalá indica que el reporterismo es saber cubrir una rueda de prensa de una organización extraña hasta sacar una información de una situación donde tu vida puede correr peligro. “Hay que tener sangre fría para este trabajo, ser impulsivo y, después, reflexionar con cordura cada situación”, finalizó Agustí Catalá.

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