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Siete días sin ti... pero conmigo

Las despedidas son difíciles. Nadie sabe afrontarlas... y nunca son tan perfectas como en las películas. ¿Quién encuentra las palabras adecuadas que decir cuando sabes que alguien se irá y no volverá más? Han tenido que pasar siete días para poder tener el valor suficiente de sentarme frente a este folio, aún en blanco, y darme cuenta de algo: nunca se trató de una despedida.


Vivir no consiste en acumular recuerdos y recordarlos con banda sonora. Tampoco es cuestión de sufrir y ser un mártir sacrificado por cada hijo de vecino. No. Hay momentos buenos y malos, mejores y peores, eso lo sabemos todos; sin embargo, estos días creo que he aprendido algo: la vida va de saber enfrentar la muerte, superarla y admitirla, pero no como algo negativo, al contrario. No es un "adiós", es un eterno "ahora sé que estás conmigo". Y eso no significa que antes no estuvieras a mi lado. Sé que te sentías muy orgullosa de mí. Pero ahora sé que me acompañas a cada paso y decisión: me guías, me proteges y me ayudas. Es sencillo: no es que lo sepa, es que lo siento.

Cuando era tan solo un niño, me enseñabas a mirar al cielo y ver las estrellas. Me contabas que la luna tenía dos caras y que si miraba bien podía ver a un hombre que vivía en ella. Contemplábamos siempre los aviones que pasaban mientras el abuelo adivinaba hacia dónde se dirigían. Pasábamos los veranos juntos y no me dejabas levantarme de la mesa sin que me lo hubiera comido todo... ¡tú y tu manía de que comiéramos mucho! Si tenías que quitarte para darnos, lo hacías, y tu casa siempre tenía las puertas abiertas. Tu eterna hospitalidad y el ser tan buena anfitriona es algo que he heredado de ti y que siempre llevaré con orgullo.

Me enseñaste lecciones que no aprendí a base de largas charlas, sino viéndote. Tu buen trato, gran corazón, ser siempre tan acogedora... la sencillez de hacer sentir a todos cómodos y encontrar en ellos tu propia felicidad... Desprendías una calidez y un cariño insuperables. Era muy fácil quererte y difícil olvidarte, algo que jamás haré... es imposible hacerlo.

Recuerdo lo presumida que eras... ¡Cómo te gustaba echarte tu colorete y tu colonia antes de que llegarán las visitas! Eras una niña grande. Siempre estabas pendiente de las fechas importantes. No encontrabas diferencia entre familia y amigos, por una simple razón: el amor es un sentimiento que no entiende de sangre.

Mujer bondadosa con nombre de flor que ha sabido luchar y mantener a su familia. Alma pura, cariñosa, eterna sencillez que ahora nos cuida y acompaña desde más cerca. La distancia ya no es un problema, abuela. 

Te decía al principio en qué creía que consistía la vida pero, ¿y la muerte? Morir no es ver cómo se marcha un ser querido para no volver más. Tampoco va de llorar su pérdida y pensar que no se puede volver a sonreír. De nuevo, es todo lo contrario. La muerte es, por desgracia, la forma que tenemos de valorar la vida. Es saber que, más allá del tiempo o del espacio, sigue existiendo un lugar de descanso y aprender que no todo acaba cuando el corazón deja de latir... porque con cada latido renaces en nosotros. 

Si tengo que agradecerle algo a la vida es que hayas existido... si tengo que enfrentar a la muerte le diré que sigues existiendo, porque mientras alguien piense en ti, seguirás viva en nosotros y tú, abuelita Rosa, eras muy querida... ¡y no me extraña! Aspiro a seguir tu ejemplo, a hacer de la humildad mi techo, a refugiarme con los sentimientos, a compartir lo que tengo y valorar las cosas por un "con quién se disfrutan" y no con un "cuántas tengo". A sonreír, a besar, a abrazar y a siempre tener buenas palabras, un consejo o un deseo: sentirme querido por quienes me rodean. Sé que eso era para ti tu mayor recompensa.

No creo en las despedidas porque nuestro último encuentro no fue una despedida. Fue una manera de decirnos que, pese a que hayan cosas que cambien, las esencias de las personas permanecen. Ni la vida ni la muerte son barreras insuperables porque, cuando de verdad se quiere, el alma se convierte en un oasis de amor, recuerdos y fe... el mismo que, ahora, me estás enseñando a descubrir. Juntos, de nuevo, un poquito más allá de la higuera.

Gracias por ser mi abuela.

Posdata: dile al hombre que vive en la luna que se baje, que ahora hay un lucero en el cielo que brilla con más fuerza.

Te quiero.

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