La cadena de la amistad
Dicen que el verdadero amigo es
el fruto de la unión de dos almas que conviven en un mismo cuerpo.
Sinceramente, está vez intentaré no ser tan filosófico; sólo busco una
respuesta: “¿Existe la verdadera
amistad?”.
Partamos de una base: el ser
humano no sabe vivir solo. Necesita al menos a un igual para poder dar sentido
a su existencia. Forma grupos que moldea y que le sirve para socializarse y no
ser un salvaje primitivo que convive en el desorden. Hasta ahí bien, pero ¿quiere decir eso que tenemos amigos por
simple egoísmo? Así sería si sólo se beneficiara una de las partes, pero
queridos, el interés es mutuo. Tus necesidades también son las necesidades del
que está a tu lado. Juntos sois meros eslabones de una cadena que conforma el
sistema establecido. Separados nos formáis nada. Juntos quizás tiréis de algo
en común. De esta forma enlazo con mi segundo razonamiento. Una vez sobrepasada
esta necesidad, la unión hace la fuerza estableciendo gustos comunes que nutren
la relación o aficiones diferentes que complementan a ambos individuos. Pero si
no existiera está segunda premisa ¿Gozaríamos
igual a solas de nuestros quehaceres? Puede que sí, pero no por mucho
tiempo en soledad. Al final ese recreo dejaría de tener sentido si no se puede
compartir con nadie.
Sin embargo, en última instancia
llegamos al apartado más delicado: descubrimos la otra cara de la moneda. Realmente
es fácil encontrar personas para los buenos momentos. Cualquiera se anima a ir
a una cena o salir de fiesta, pero ¿qué ocurre
cuando sufres? En esos momentos no quieres estar con nadie. Te engañas: por
dentro anhelas la compañía que no eres capaz de pedir. ¿La razón? Algunas
personas han dejado de estar disponibles. Se olvidan de que pueden que un día
ellas te necesiten o simplemente recuerdan muy bien que un día estuvieron solas
y tú no estuviste... ¡Amigo! ¡Con la iglesia hemos topado! Si el juego funciona
recibiendo lo que das, el karma puede descansar tranquilo en su morada cósmica.
Como dice mi abuela: “nadie da duros por
pesetas”.
Sí, sé lo que estás pensando. Y
no, no soy tan negativo. Soy realista. A veces no nos gusta escucharlo, pero no
te descubro nada nuevo. Ahora bien, existe una parte en la que no has dejado de
pensar. Es ese día en que lo dejaste todo para tomarte un café con alguien;
aquel momento en que el tiempo pasó volando hablando. El instante en que esa
persona te llamó llorando y necesitaba tu hombro o, simplemente, quién te guió
por el buen camino. Estás pensando en alguien ahora mismo ¿verdad? Llámalo o
llámala. Díselo. Recuérdale cómo empezó vuestra relación. Reíd juntos
rememorando historias. Ofrécele tu compañía si está pasando duros momentos. Si
cada uno llamara sólo a una persona, el Mundo no estaría tan lejos de parecer
un lugar diferente. Al fin y al cabo, la cadena con la que a veces aprietas
también sirve para unir.
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